Espiritualidad de Schoenstatt

Aliados

Aliados

En Cristo, Dios se alió irrevocablemente con el hombre, con nosotros. Él está con nosotros y en nosotros. Por su cruz y su resurrección Jesucristo se convierte en nuestra ALIANZA nueva y eterna.

Para nosotros, los cristianos, ser aliados de Dios implica una dignidad y una misión: hemos sido llamados personalmente, amados de un modo único, hemos recibido una responsabilidad.

“Hoy necesitamos el ímpetu que brota de la conciencia: Dios espera algo de mí. Me necesita. Me encomienda tareas.”    (P. J. Kentenich)

Santo hoy

Hoy

Descubrir a Dios en este mundo, amarlo a través de nuestro mundo y en esto cumplir su voluntad, esta es la santidad para hoy: la santidad de la vida diaria. Como comunidad procuramos recorrer con fidelidad este camino “normal” de cada cristiano.

“La Iglesia necesita hoy más que nunca de “santos apasionados”, nuestro mundo los necesita. Schoenstatt tiene lo que el beato Juan Pablo II ha denominado una “peda­gogía de la santidad”, un camino personal y comunitario de crecimiento en el amor. ¡Permanezcan en este camino! Compartan este camino con muchos más.” (Cardenal Stanislaw Rylko, 18-10-2013)

En Alianza de Amor con María

Con María

El acto central fundacional y la fuente permanente de vida de Schoenstatt es la Alianza de Amor con María. Lo que Ella es y tiene nos pertenece. Lo que somos y tenemos le pertenece a Ella.

¿Hay acaso un “intercambio” mejor que éste?

Cuanto más vive Ella en nosotras, tanto más nos adentramos en Dios.

Cuanto más le pertenecemos, tanto más nuestro entorno es bendecido y redimido por Dios.

Nuestra vida irradia la luz de María.

La Alianza de Amor es un constante “sí” dado mutuamente, es un mutuo existir para el otro. Le decimos a María: “¡Nada sin Ti, nada sin nosotros!” Ella puede contar con nues­tra colaboración. Tratamos de educarnos a nosotras mismas de tal modo que nos acerquemos a la idea que Dios tiene de nosotras…

Y nos abandonamos totalmente en Ella. María es una mujer poderosa, una madre llena de misericordia, una educadora prudente.

La Alianza de Amor con María nos une también entre nosotras: nos convertimos en familia. Nuestro hogar es su Santuario en Schoenstatt y en todas partes del mundo.

“¡El amor de Cristo nos apremia!”  (2 Cor 5, 14)

Las Hermanas de María de Schoenstatt llevan estas palabras – junto con la imagen de la Madre Tres Veces Admirable – en su medallón. Estas palabras constituyen su programa: No existimos solamente para nosotras. Hemos sido llamadas a seguir a Cristo y a ganar los corazones para Dios.

Vivir como Jesús y María

Con el Dios trino

Quien encontró el tesoro en el campo de su vida, puede entregar todo lo demás. Nosotras concretizamos esto siguiendo una vida según los consejos evangélicos de pobreza, virginidad y obediencia.

Quien se experimenta enriquecido por Dios, puede renunciar a muchas cosas que parecen imprescindibles.

Para quien Dios es TODO, es posible renunciar al amor de una sola persona y a hijos propios, para poder servir así a muchos.

Quien recibe una misión de Dios, puede renunciar a los deseos del propio corazón y vincular su voluntad a una comunidad.

El Espíritu Santo

Él es el educador de los hijos de Dios. Él nos abre a Dios, el Padre, hasta en lo más profundo de nuestra persona. De Él aprendemos a decir “Padre”.

“Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo ¡Abba!, ¡Padre!” (cf. Gal 4, 6)

Padre

En Schoenstatt esta palabra tiene una sonoridad intensa.

Escuchamos este nombre cuando Jesús ora. Lo reencontramos en las palabras de la Sa­grada Escritura. Nuestra fe descubre las huellas de este Padre amante en la conducción de la historia y de nuestra propia vida. Experimentamos su amor misericordioso que nos vuelve a levantar después de cada caída. Creemos que el regreso a la casa paterna es la gran meta de nuestra vida.

Hacia el Padre va nuestro camino.

Así está escrito en el lugar donde el Padre José Kentenich le devolvió su vida a Dios el 15 de septiembre de 1968. Hacia el Padre…

A muchas personas se les regaló una profunda experiencia de Dios en el encuentro con el Padre Kentenich, una experiencia de Padre. A partir de esta experiencia fue creciendo la confianza, el amor auténtico, el ánimo y la libertad interior. Una actitud anímica nueva, que se traduce en la experiencia: soy amado con mi grandeza y mi límite.

“Si soy propiedad de la Santísima Virgen, entonces sé: Ella vela para que yo llegue a ser un hijo del Padre en medida extraordinaria.” (P. J. Kentenich)

Padre. Este fue su mensaje de Dios, su carisma para la Iglesia. Porque él le pertenecía completamente a María.

Esta es la fuente de nuestra vida.