Cada Semana Santa revivimos el misterio más grande de nuestra fe: nos unimos a la agonía, la muerte y la gloriosa resurrección de Jesús.
Pero vivirla en España,
junto a familias schoenstattianas,
es una vivencia muy especial gracias a la experiencia de las Misiones Familiares.
Desde 2009 un grupo de matrimonios del Movimiento en España —movidos por el anhelo de compartir su fe en familia— comenzó esta aventura evangelizadora. Año tras año, durante la Semana Santa, han recorrido diversos pueblos de España, poniéndose al servicio de los párrocos y testimoniando la alegría de vivir y transmitir la fe en familia. Con el tiempo, las misiones han ido tomando más y más fuerza, por el propio testimonio de quienes las viven, y poco a poco se van multiplicando.
En esta Semana Santa 2025, hemos sido testigos de un crecimiento esperanzador: más de 25 familias de la Liga de Familias de Madrid —junto a otras de la Federación de Familias y varios jóvenes en las más diversas etapas, —
han misionado en tres pueblos: Formentera, Moriles y Santaella.
A esto se suman las iniciativas que florecen en Cataluña y otras iniciativas de misión. Como Hermanas de María hemos podido acompañar algunas de estas iniciativas.
Una vivencia que transforma
Las Misiones Familiares no son nuevas en Schoenstatt. En Chile, donde tuve el privilegio de acompañar durante varios años, son una verdadera escuela de fe, entrega y comunidad, una manera concreta de testimoniar
la “alegría de ser familia”.
Son muchas las semejanzas con las Misiones Familiares de España, pero vivirlas aquí, durante la Semana Santa, es una experiencia única: el encuentro entre la riqueza impresionante de las tradiciones —procesiones, pasos, cofradías— y la cercanía de un pueblo profundamente religioso, hace que te sobrecojas.
Es emocionante ver cómo la misión externa —visitar familias, enfermos, realizar talleres, llevar la imagen de la Virgen— se entrelaza con una profunda misión interna. Matrimonios en diferentes etapas, bebes, niños y jóvenes de distintas edades, comparten oración, historias, juegos, cantos, vigilias. Se comparte, se misiona y se trabaja juntos; cocinando, limpiando, sacrificándose con alegría. La vida de fe se vuelve algo natural, celebrada en familia. ¡Qué riqueza hay en ver a un padre rezar con su hijo adolescente, a niños tocando timbres con ilusión para anunciar la llegada de la Virgen Peregrina!
En las Misiones Familiares se experimenta con fuerza cómo la familia evangeliza desde la sencillez de su testimonio: familias recorriendo juntos las calles del pueblo, rezando, acogiendo, compartiendo su fe. Como decía una madre misionera:
“Misionar no es ir a predicar, es estar presentes y dejar que Dios actúe”.
Ver a matrimonios jóvenes compartiendo con matrimonios mayores, a adolescentes dialogando con adultos y a niños anunciando con alegría que la Virgen está cerca, es una imagen concreta de la renovación que nuestra sociedad necesita.
Los párrocos, por su parte, nos han acogido con gratitud. En medio de días intensos de celebraciones litúrgicas, valoran que las familias puedan llegar donde ellos no alcanzan. Y valoran sobre todo el testimonio de vivir la fe en familia.
La Virgen, motor y camino
En cada pueblo, ha sido Ella, la Virgen Peregrina, quien ha preparado los corazones. Los grupos de familias y jóvenes recorren las calles con su imagen, entrando en hogares donde muchas veces se abre una historia de fe, dolor, esperanza o reconciliación.
En Moriles, donde he tenido la alegría de acompañar las misiones desde hace tres años, la presencia constante de la Mater en las casas ha dado fruto: ha nacido el deseo de consagrarse a Ella a través de la Alianza de Amor. Y aunque el amor a María está profundamente arraigado en el alma española, esta
imagen de la Virgen — que te mira y te dice: “te necesito, cuento contigo”
— toca el corazón de una manera nueva.
Tres pueblos, un mismo espíritu

En Formentera, esa isla que por segundo año abre generosamente su corazón a los misioneros, la experiencia ha sido única y profundamente transformadora. No se trata solo de compartir la fe con sus habitantes, sino de cómo las familias regresan tocadas, sorprendidas por el paso concreto de Dios en medio de su propia vida familiar. Misionar allí no ha sido solo un gesto hacia afuera, sino un redescubrimiento hacia dentro: renovarse como familia.
En Santaella, nuevo destino de misión, el párroco Don Natalino no solo abrió las puertas de su parroquia, sino también las de su corazón y las de todo el pueblo. En medio del azahar, las cofradías y la devoción popular tan intensa de la Semana Santa andaluza, las familias misioneras vivieron una experiencia profundamente arraigada en la religiosidad del lugar. Fue también una misión internacional, con la participación de dos familias que residen en Alemania, quienes descubrieron en esta vivencia una manera nueva y viva de vivir su fe como familia.
Y en Moriles, el testimonio fue especialmente conmovedor. Familias enteras –padres, hijos, adolescentes, bebés– caminando juntas, rezando, sonriendo, tocando corazones con su sola presencia. Una familia compartía con emoción: “Esta misión nos ha ayudado a reencontrarnos; a mirar a nuestros hijos con otros ojos, y a vivir la fe con más naturalidad”.
La Iglesia que Jesús soñó
En cada uno de estos pueblos, se hace vida la visión de Iglesia como una “familia de familias” que tanto anhelaba nuestro Padre y Fundador. Las misiones se vuelven rostros concretos, historias compartidas, corazones abiertos a la gracia.

Como decía Benedicto XVI: “La familia es el camino de la Iglesia, porque es el espacio humano del encuentro con Cristo”. Las Misiones Familiares son precisamente eso: un lugar privilegiado donde la Iglesia se hace cercana, viva y fecunda.
Este año, un joven, hijo de una familia fiel a estas misiones, ha ingresado en la Comunidad de los Padres de Schoenstatt. ¡Qué hermoso ver cómo brotan frutos de entrega y vocación desde el corazón de la familia!
Nuestro Padre decía con convicción:
“La familia es la célula básica para la sociedad y para la Iglesia. De ella surge toda renovación verdadera y duradera”. Y este mismo anhelo lo expresó en una de sus oraciones más bellas, el Cántico al terruño, donde describe el ideal de la familia como un lugar de gracia, de fecundidad y de alianza viva con Dios:
Yo conozco esa maravillosa tierra:
es la pradera asoleada
con los resplandores del Tabor,
donde reina nuestra Señora tres veces Admirable
en la porción de sus hijos escogidos,
donde retribuye fielmente los dones de amor,
manifestando su gloria
y regalando una fecundidad ilimitada.
Esa “maravillosa tierra”
la he podido experimentar en estas familias en misión: tierra fértil donde florece el Reino de Dios, donde se transparenta la gloria de la Mater, donde se forja una Iglesia viva, profundamente humana y siempre nueva.