05.04.2020

Semana Santa 2020

Hna. M. Elinor Grimm

Semana Santa

La Semana Santa nos lleva cada año al punto culminante de nuestra fe cristiana, al triduo Pascual: Jueves Santo, Viernes Santo, Pascua. Recordamos la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Redentor Jesucristo, el regalo de la Eucaristía.

Este año la Semana Santa está marcada por eventos especiales. Me gustaría entrar en más detalles sobre dos de ellos. Estamos afectados por el coronavirus en todo el mundo. Quizás mucha gente ha aprovechado la Cuaresma para la reflexión personal, para tomarse tiempo para los demás en la familia, para Dios, para la oración. A través de esta pandemia experimentamos que no tenemos todo en nuestras manos, que no todo es posible. Experimentamos que estamos necesitados de salvación. Cristo nos ha redimido, pero aún vivimos en el orden de la cruz. El sufrimiento está presente en todas las vidas. Para nosotros los cristianos tiene vigencia lo que el Padre Kentenich dice acertadamente:

“Sin cruz no hay corona, sin Viernes Santo no hay Pascua.”

El comienzo de la Semana Santa en este año es el 6 de abril. En este año, ese día se cumplen 75 años desde que nuestro Fundador fue liberado del campo de concentración de Dachau después de más de tres años de cautiverio. Un milagro – si uno sabe qué peligroso era estar allí y cuánto arriesgó él. Además, en ese tiempo había una epidemia de tifus en el campo de concentración que llevó a muchos a la muerte.

Agradecemos por todo lo que el Padre Kentenich nos regaló y conquistó con su sufrimiento desde Dachau. Pensemos “solamente” en el libro de oraciones “Hacia el Padre”.

Con el Padre Kentenich contemplamos esta gran Semana Santa.

Ya en la prisión en Coblenza – antiguo convento de carmelitas – el Padre Kentenich quería transmitirnos a nosotros, su Familia espiritual, un gran amor a Cristo. Desde allí escribió – secretamente, utilizando para ello bolsas de papel – conferencias sobre la vida de Jesús y nuestra relación con Él para un joven curso de Hermanas que se preparaban a su consagración a la Madre de Dios. Lo que escribe en la introducción a la conferencia para la consagración, es muy actual hoy en día:

“Su consagración tiene lugar en una hora extraordinaria decisiva, una hora de sufrimientos y bendiciones. Todos sabemos y sentimos que estamos en una hora trascendental para el mundo, los pueblos, la historia de la Iglesia y de la Familia.”

A través de su encarcelamiento, torturas, renuncias, humillaciones, el Padre Kentenich fue llevado a una profunda comunión de sufrimiento con Cristo. También quería llevarnos a nosotros, su Familia espiritual, a una profunda unión con Cristo. Una impresionante oración, que ya había compuesto en el búnker de Coblenza, testifica esto:

“No quiero morir antes de que la Familia vea claramente su ideal de Cristo… Esa fue una de mis más fervientes súplicas en las primeras cuatro semanas: Salvador, si no me crees merecedor y digno de anunciarte… entonces que tu Madre te mueva a elegir otro instrumento para ello. Por este regalo digno de Dios te doy mi salud, fuerza y vida desde el silencio. Estoy a tu disposición para este propósito con todo lo que soy y tengo. Adsum. Pero asegúrate de que todos los que me has dado, amen al Salvador, aprendan a vivir y morir por Él.”

Muchos versos del “Hacia el Padre” atestiguan un gran amor a Cristo. En el Viacrucis, el Padre Kentenich le pide a la Madre de Dios que nos lleve más profundamente al Salvador. Con Ella acompañemos al Salvador en su camino de sufrimiento.

 “Te imploro, Señora tres veces Admirable,
contemplar la profundidad del corazón de Cristo
y, en medio de un mar agitado por el odio,
acompañarlo con el ardiente fuego de tu amor. Amén.”  

Que esto sea un regalo para nosotros y nos dé fuerza y confianza en nuestra vida diaria en esta emergencia actual.

En 1945 el 6 de abril se celebró el viernes del Sagrado Corazón de Jesús en la semana de Pascua. Que la confianza pascual continúe alentando nuestros corazones también en medio del sufrimiento

“¿Acaso no debía padecer todo eso el Mesías para entrar en su gloria?” (Lc 24,26)