02.02.2020

Todo don implica una tarea …

Hermana M. Ana Paula Hyppólito

… y no raras veces también una espada en el corazón

Todo don, todo regalo implica una tarea, un desafío y muchas veces también una “espada” en el corazón. Vemos esta realidad en la vida de María, la Madre de Jesús. Ella fue elegida para ser la Madre de Dios, la Madre del Mesías esperado. ¡Qué regalo de la misericordia de Dios, qué regalo inmenso e inme­recido! Probablemente María meditaba esto cuando, junto con San José, llevó a su Hijo pequeño al templo.

Ya sabía que su vida y su misión no serían fáciles. Tuvo que dar a luz al Re­den­tor en un establo, sin las comodidades del hogar que Ella había preparado con tanto amor para su Hijo.

En el templo la esperaba otra sorpresa: las profecías de la profetisa Ana y del anciano Simeón: ellos reconocen en este Niño al Mesías, el Hijo del Altísimo, la Luz de los pueblos. Y Simeón no deja duda alguna de que María, junto con este gran regalo recibiría también una espada traspasando su corazón.

Cuanto mayor el amor, tanto mayor es también el dolor

La fiesta de la Presentación del Señor en el templo une dos puntos culminantes de nuestra fe: el nacimiento de Jesús con su dolor, su muerte y resurrección. Simeón señala la misión de Jesús, quien será un signo de contradicción, y que el corazón de María, la Inmaculada, será traspasado por una espada. Al pie de la cruz será testigo del martirio de su Hijo.

Algo similar sucede también en nuestra vida: cuando recibimos un don de la misericordia de Dios, recibimos al mismo tiempo una tarea, un desafío, y no raras veces también una “espada en el corazón”.

Pensemos por ejemplo en la maternidad o paternidad – sean físicas o espirituales – cuando el hijo por el que velamos o que tenemos que educar, se enferma o nos desilusiona mucho. O pensando en otra relación: si le tenemos un profundo amor a alguien, nuestro dolor será tanto más profundo cuando veamos sufrir a esta persona, si está enferma, o si nos ha desilusionado pro­fundamente. Cuanto mayor el amor, tanto más profundo el dolor. Esto es parte de la vida de cada uno de nosotros.

Cuanto más clara la luz, tanto mayor es la sombra

Algo similar sucede cuando recibimos una tarea, un puesto, o finalizamos un estudio. Con el “premio” viene también la responsabilidad para llevar a cabo de la mejor manera lo que nos fue encomendado. También nuestros talentos y nuestras buenas cualidades tienen sus desafíos, tienen sus lados de sombra que deben ser educados. Cuanto más clara la luz, tanto mayor es la sombra.

Pensemos en una persona con gran talento para el arte, o que tiene una dotación especial en relación a la claridad de ideas. Esta persona debe valorar también los talentos de los otros, no ser orgullosa ni complacerse en sí misma. Esto exige autoedu­ca­ción y humildad, lo que puede ser muy difícil.

Descubrir el ideal de vida, la vocación, la profesión: estos son dones de Dios. Con ellos están vinculados también el sacrificio, la renuncia, el esfuerzo, y no pocas veces también una cruz o una espada.

Si tomamos la realdad de “la espada en el corazón” como algo sobreentendido en nuestra vida, seremos más sólidos y no nos amedrentaremos fácilmente ante las pruebas que aparecen en nuestra vida.

La vida es así: no existe el amor sin sufrimiento, la alegría sin el sacrificio, el don sin la tarea. Así fue en la vida de la Santísima Virgen María y así sucede en la vida de cada uno de nosotros. Cada “espada” puede convertirse en una bendición en nuestra vida. Depende de la apreciación, de nuestra evaluación, y de cómo la enfoquemos.

Ella está con nosotros

La Alianza de Amor con la Mater ter admirabilis, el ejemplo de nuestro Padre y Fundador, y nuestros héroes de Schoenstatt nos ayudan a vivir esta realidad. El Fundador nos dice:

“Si hemos puesto nuestra vida a entera  disposición  de  la  Santísima  Virgen,  Ella, de modo similar, también se da totalmente a nosotros: su brazo  poderoso,  el brazo de su omnipotencia suplicante, el Niño en sus brazos, la lengua de  fuego sobre su cabeza, en su oído el “Ave”, en sus labios el Magníficat, y la espada de siete filos en el corazón. De este modo no estamos solos. Desde lo  más profundo del alma podemos cantar y rezar esas palabras: “Puede rugir la tormenta, silbar el viento, caer los rayos… soy como aquel niño que piensa: padre y madre son los timoneros.”[i]

[1] Segunda Acta de Fundación, Nr.37; 3. Versión digital