06.01.2018

“Madre, ¡regálanos hoy a tu Hijo!”

Hna. M. Lioba Ruprecht, Alemania

El tiempo de Navidad según su sentido propio cristiano, quiere obrar y poner en marcha algo en nuestros corazones, también en este año. Quiere dejar un brillo en nuestros corazones. Los dulces sones de los cantos navideños pueden crear ambiente, pero es Navidad realmente solo si Cristo nace en nuestros corazones y esto se refleja en el trato mutuo. Es Navidad si arde la luz de la fe, la fe en Jesús, el Hijo predilecto del Padre Celestial.

En un diálogo nocturno con Nicodemo, Jesús resume el misterio que está detrás de su Persona:

“Porque Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado…  En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios” (Jn 3,16-21)

 

Estar en la luz de la verdad

¿Cómo nos acercamos a la luz, cómo pasa la humanidad de la oscuridad del mal a la luz de la verdad? Esta es la pregunta que intranquiliza a las religiones. Cuán importante sea el diálogo entre las religiones, quedó de manifiesto el año pasado, a la vista de tantos cristianos perseguidos y asesinados. Porque no se trata solamente de comprender a los otros y no cuestionarlos. En lo más profundo se trata, en esta búsqueda en común, de acercarse a la verdad. De ello habló el Papa Benedicto XVI en su última alocución navideña dirigida al cuerpo diplomático el 21 de diciembre de 2012. Él decía “que el cristiano tiene una gran confianza fundamental, más aún, la gran certeza de fondo de que puede adentrarse tranquilamente en la inmensidad de la verdad sin ningún temor por su identidad de cristiano. Ciertamente, no somos nosotros quienes poseemos la verdad, es ella la que nos posee a nosotros: Cristo, que es la Verdad, nos ha tomado de la mano, y sabemos que nos tiene firmemente de su mano en el camino de nuestra búsqueda apasionada del conocimiento. El estar interiormente sostenidos por la mano de Cristo nos hace libres y, al mismo tiempo, seguros. Libres, porque, si estamos sostenidos por Él, podemos entrar en cualquier diálogo abiertamente y sin miedo. Seguros, porque Él no nos abandona, a no ser que nosotros mismos nos separemos de Él. Unidos a Él, estamos en la luz de la verdad”.

Maria – Ejemplo y Madre

Lo que necesitamos para permanecer junto a Él, así continúa el Papa Benedicto, es la disponibilidad dócil para la cercanía de Dios, estar interiormente en búsqueda y por ende en camino hacia el Señor. El ejemplo de esta disponibilidad dócil es María, la Madre del Señor. Ella dio a luz al Redentor en Belén. Su tarea permanente es ser la Madre de todos aquellos que le pertenecen a Cristo. María tiene esta tarea también para el tiempo actual: esta era la profunda convicción del Padre Kentenich. Ella dio a luz a Cristo en Belén, también quiere darlo a luz nuevamente hoy desde los santuarios de Schoenstatt. Aquí acoge a todos los que se confían a Ella y vela para que sean semejantes a su Hijo, cristianos firmes y alegres.

Mi corazón – tu pesebre

Pidámosle a la Santísima Virgen insistentemente en este tiempo de Navidad que nos regale a su Hijo Divino, de modo que la luz del Niño Dios brille en nuestra vida a lo largo del año nuevo. El Padre Kentenich rezó en la fiesta de Navidad de 1928:

“Madre, regálame a tu Niñito. No tomes como cuna el establo frío y abandonado, toma mi corazón, que está un poco adornado y tiene anhelos por tu Niño.

Mi corazón tiene que ser su cuna. Madre, regálanos hoy tu Niño a todos nosotros. Y te prometemos que en nuestros corazones estará bien abrigado. Te prometemos: lo amaremos y saludaremos de un modo semejante a como lo hiciste Tú. Te arrodillaste adorando a tu Niño, y yo me arrodillo adorando al mismo Niño en mi corazón.

Le consagraste todos los afectos de tu corazón, le regalaste amor, le regalaste fuerza de sacrificio. Yo también quiero regalarle hoy todas estas virtudes, todos estos afectos. Y quiero verter todo mi dolor, toda mi culpa en el corazón de este Niñito. Entonces, en el futuro ya no estaré más solo. No me sostengo a mí, el Niño me sostiene. … Madre, regálanos hoy a todos nosotros junto con tu Niño también un amor íntimo, cálido, apasionado por Él … María, danos tu bendición junto con tu Niño amado. Amén.“

(Esta meditación es una versión acortada y levemente cambiada de un artículo publicado en la carta de Navidad de las Hermanas Adoratrices de Schoenstatt)