18.03.2018

El Padre Kentenich: una carta de Dios

Hna. M. Hanna-Lucia Hechinger y Hna. M. Renata Zürrlein, Alemania

No falta mucho y este matrimonio celebrará sus bodas de oro. El señor cuenta con alegría que están proyectando encuadernar las cartas que se escribieron mutuamente en los tiempos de su primer amor. Estas cartas de amor son para ambos más que algunas hojas y tinta. Estas cartas des­piertan recuerdos, gratitud y quizás nostalgia.

Una carta: detrás de ella hay una persona que la ha escrito. Y descubro con certeza quién es esta persona por la letra manuscrita.

Hay cartas que son muy valiosas. No se reemplazan ni con WhatsApp, E-Mail o Twitter. Una carta me trae un mensaje que es para mí, personal.

Las cartas personales manuscritas probablemente sean más raras en el futuro. Los matrimonios que celebren dentro de cincuenta años sus bodas de oro, tendrán quizás problemas para reunir unas cartas de amor de “antes”, porque el disco rígido de la computadora ya no existe más o se han borrado los SMS que decían “te amo”. Los buzones de hoy estarán esperando en vano tales cartas.

Los tiempos cambian. Pero hay uno que permanece fiel a su método. Él emplea un método que se ha acreditado, que se ha conservado durante todos los milenios, que ha permanecido vivo, actual e inequívoco; ese ‘uno’ es: Dios. Su método: parte del corazón y llega al corazón.

Dios escribe cartas

Uno de sus caminos preferidos para enviar mensajes es el hombre mismo. Hace falta hombres concretos que le den un rostro a su amor en cada época de la historia. Personas que estén abiertas a su Espíritu y le brinden a sus semejantes una noción de cómo puede ser Dios.

Si uno quisiera encuadernar – hablando figuradamente – estas “cartas de Dios”, no alcanzarían las bibliotecas del mundo, porque cada persona es una carta de Dios, también yo con mi forma de ser original traigo un mensaje de Él a través de mi vida. Hay algo muy determinado, único e inconfundible que Dios quiere y puede comunicar solamente a través mío.

En el año del Padre Kentenich que celebra la Familia de Schoenstatt internacional desde el 15 de septiembre de 2017 hasta el 15 de septiembre de 2018, cuando se recordarán los cincuenta años del fallecimiento de su fundador, estamos invitados a ir a la “biblioteca” de Dios y buscar y leer una de las muchas “cartas” que Él ha escrito a lo largo de los siglos. Abramos al comienzo del nuevo año esta carta que Dios escribió a través del fundador del Movimiento internacional de Schoenstatt, Padre José Kentenich, y leamos en común algunas líneas. Descifremos una pequeña parte del mensaje que Dios nos quiere dar a través de él.

Seguridad de péndulo

“No hay nada seguro; lo único seguro es que vivimos en una absoluta inseguridad. Vemos que solo en Dios está la seguridad. Quien se funda en Dios y confía en Él puede caminar por la vida tranquilo y seguro. Sabe que nada sucede sin que Dios lo permita y contamos con su ayuda. Tomen el ejemplo del péndulo. Es impulsado de un lado para el otro. Pero mientras que esté sujeto arriba, no le pasa nada. También nosotros estamos sostenidos por arriba. Arriba, en Dios, está nuestro único sostén.” (1946 en Friedrichroda)

Dios quiere reflejarse en nuestros ojos

Hace algunos años un papá tomó una foto especial de su hija: se colgó la cámara de fotos al cuello y, tomando a la hija de la mano, la hizo remolinear. Su hija lo miraba a los ojos radiante de alegría. La cámara se disparó sola, cuando se espejaba el Padre en los ojos de la hija.

Cuando nuestra vida es así, movida, nos podemos quedar tranquilos y sentir la alegría interior: el Padre nos sostiene. Él es nuestro sostén. Y quiere espejarse en nuestros ojos.

Confiar filialmente

Confiar en Dios como un niño – esto no significa que todo transcurra sin dificultades. Pero yo tengo un ancla en la tormenta.

Confiar en Dios como un niño – esto no me quita los problemas. Pero yo tengo a alguien que me ayuda a superarlos.

Confiar en Dios como un niño – esto no es algo solamente para aquellos que tienen mucho tiempo para rezar. Su cercanía colma cada uno de mis instantes. Su amor ha contado incluso los cabellos de mi cabeza (cfr. Mt 10,30).

Confiar en Dios – ¡cada día de nuevo!